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| jueves, 17 de enero de 2008

La miraba a los ojos con una cálida sonrisa mientras ella revolcaba su delicado cuerpo junto al de su hijo Samuel. Juntos bebían a tragos inmensos la felicidad que manaba del deseado manantial del amor y cariño.

El día amaneció radiante y decidieron pasar la mañana en el parque de Central City. Samuel reía y su agradable intranquilidad no era más que una manera de demostrar alegría frente al hecho de pasar la mañana jugando en el parque en compañía a sus padres.

John y Carla se desperezaban en la cama con besos, caricias y promesas de amor eterno. El ruido sordo de los pies descalzos, por el pasillo, de Samuel les puso en alerta y sin apenas poder reaccionar sintieron el aterrizaje afectivo de su hijo en la cama. El cálido entresijo de brazos y abrazos dio paso a la toma de decisiones.
-Parece que hace un espléndido día- exclamo John con ímpetu certero.
-Deberíamos aprovecharlo. Una mañana en el Central City puede ser una buena opción.
Carla asintió, riendo entrañablemente junto a Samuel.

Después de un copioso desayuno en la amplia cocina de la vivienda, John se dispuso a cargar la batería de la cámara digital fotográfica mientras que Carla vestía y aseaba a Samuel entre continuos momentos y diálogos afectivos.

El Central City estaba tan solo a tres manzanas de la vivienda. El trayecto fue un paseo agradable, parando en el kiosco de prensa para comprar el periódico matinal y un “kínder” con regalo montable para Samuel.
El extenso césped del parque, aun húmedo, reflejaba la frescura y luminosidad de la espléndida mañana. Muchos ciudadanos y ciudadanas, no ajenos al hecho, llenaban el paisaje con su presencia. Ancianos, parejas, matrimonios, hijos,… dotaban de colorido y animación el extenso espacio vegetal.

John experimentaba una incalculable sensación de satisfacción. Miraba a Carla con la sublime complacencia de sentirse querido y derramaba montañas de dicha al observar la felicidad y alegría de Samuel.

De repente… la oscuridad y profundidad de su onírica fantasía nocturna fue desvaneciendose, dando paso al mundo de las tangibles realidades. La luz de un día gris y la voz de Carla, fueron el puente hacia la descarnada objetividad.
-John- dijo Carla con voz débil y angustiada- he dejado en el pasillo dos maletas con tu ropa y tus enseres más necesarios. Espero que no hagas de tu marcha algo más traumático de lo que es en si el hecho. Lo hemos hablado ya muchas veces y así lo decidimos anoche. No deseo despedidas y por eso estaré en el cuarto de Samuel hasta que te hayas ido. Adiós John.

John no pudo más que mirarla, dejando rodar por sus mejillas el ácido fluir de sus lágrimas.
El Argonauta Enmascarado.

| jueves, 23 de agosto de 2007

El paquete de “Fortuna” que estaba dentro del bolsillo derecho de sus tejanos no dejaba de pelear con los dedos sudorosos de la mano. De pie, entre el kiosco de prensa situado en pleno paseo marítimo y la parada de autobús ubicada junto a la entrada del camping Aqualuna, la aguardaba con infinita impaciencia. Un escalofrío de inquietud recorría la espera. Para Georges era una cita muy especial. Hacía mucho tiempo que no sentía esa agitación propia de las mariposas revoloteando por su delicado estómago. Presentía que esta vez podía ser diferente. Encontrar, por fin, el sentido vital necesario para poder derribar tanto sentimiento frustrado, fosilizado en sus entrañas desde tanto tiempo atrás.
Interiormente repasaba su propia estrategia para causar una buena impresión. Quería agradar y, si era necesario, hacer uso de esos tópicos que la gente entiende como beneficiosos para este tipo de situaciones.
La noche anterior había repasado en una cuantas web’s de Internet una serie de consejos relacionados con las adecuadas prácticas de seducción para poder echar toda “la carne en el asador” y provocar en María –“Mara” para los amigos- el conveniente interés por su persona.

Diez minutos más tarde de la hora prevista, apareció, por la cercana esquina que marcaba el comienzo de los “Apartamentos Sagitario”, el motivo de toda su inquietud y excitación.
Georges levanto la mano a modo de saludo e indicación. Seguidamente, salió a su encuentro acompañado de una intranquila sonrisa que delataba su desmesurado nerviosismo.

Junto a un “Hola Mara, estás guapísima”, dos besos -uno en cada mejilla- fueron su tarjeta de presentación.
-¿Hace mucho que esperas?- Preguntó Mara-Las mujeres, ya se sabe… siempre dejamos pasar unos minutos más de la cuenta cuando de una cita se trata.
-No te preocupes. Hubiera esperado lo que hubiera hecho falta.- Respondió Georges con voz vacilante.
-Bueno, ¿te apetece una cena al estilo italiano? He reservado mesa en un restaurante bastante interesante que frecuento cuando quiero deleitarme con un variado “antipasto” y un buen vino italiano.
-¡Qué bien! – exclamó Mara -. Me encanta la cocina italiana.

El trayecto de ida sirvió para que Georges, poco a poco, se fuera estabilizando emocionalmente a medida que iba explicando a Mara las excelencias del Restaurante “La Cueva de Filipo”. Ella lo escuchaba con agrado y asentía fervientemente con todos aquellos argumentos e intereses que emergían como coincidentes.

Una mesa para dos. Frente a frente y un principio prometedor. Georges cogió su copa de vino y la alzó, invitando a Mara a brindar por la suerte de haberse conocido.
La cena transcurrió por unos derroteros equidistantes al moderado narcisismo, pero sin un uso abusivo de la pedantería.
El habló mucho de su irrelevante pasado sentimental. Sobretodo, ese cruel pasado marcado por una frustrante separación. Habló, también, de la profesión y de cómo le había servido, en numerosas ocasiones, de refugio a unos cuantos intentos fracasados de rehacer su vida sentimental.
Ella le escuchaba con atención, haciendo, a su vez, un exhaustivo examen de la situación. Quería captar todos los matices de la persona que tenía enfrente.
Mara salía de una separación también bastante traumática y no estaba dispuesta a comenzar una nueva aventura sentimental sin la certeza de que cumplía los mínimos y expectativas que ella se había marcado.

Realmente, Mara se sintió muy a gusto durante toda la cena. Se percató, por supuesto, de la ansiedad de Georges por agradar y procuro estar a la altura, creando un ambiente relajado para que George pudiera contagiarse de ello.

Los carajillos en la mesa. El, de coñac, ella, de ron. Y manantiales de sinceridad sobre el cosmos de la conversación.
Al final, la pregunta de la constatación del futurible triunfo:

-Mara, he estado muy a gusto compartiendo mesa y mantel contigo- dijo Georges con intensidad- Hacía tiempo que no me sentía así.
-Yo he estado encantada con tu compañía. Realmente has hecho que el tiempo pasara sin percibirlo.
-¿He estado a la altura de tus expectativas?-replico Georges. Mi mayor deseo es que así haya sido.

La pregunta quedó en el aire unos segundos que, para el, parecieron siglos. Ella respondió con la sinceridad que merecía su acompañante:

-Georges-dijo ella mirándole fijamente a los ojos- Ha sido una velada muy agradable.

Y cogiéndole dulcemente la mano, prosiguió:
-Pero me gustaría hacerte una pequeña observación: Durante toda la cena hemos conversado sin que me mirarás a los ojos. Y yo quiero ver en ellos todas las cosas interesantes que proclaman tus palabras.
El Argonauta Enmascarado.

| martes, 21 de agosto de 2007

¡Qué difícil es ser un buen narrador! Pero, seguramente, todo debe tener un principio. No pretendo hacer de mis relatos obras de arte, solo quiero fabricar y compartir, con la mayor humildad y respeto posible hacía los expertos en la materia, historias que no dejen indiferentes a los posibles lectores, con la mejor corrección posible. Soy un novato en ello y, como decía anteriormente, espero que la práctica pueda ayudarme a que las historias que voy a compartir en este espacio sean del agrado y disfrute de todas y todos los visitantes que tengáis a bien perderos en sus lineas y párrafos. Intentaré estar a la altura. En este nuevo viaje del Argonauta, tened la seguridad que serán de gran ayuda vuestros comentarios, críticas y sugerencias.
El Argonauta Enmascarado.

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